martes, 16 de septiembre de 2025

La vendedora de detergente

 

En un pueblo llamado La Bocina que solo existía en la locura, vivía una mujer llamada Aramanosa. Su marido le había regalado una bicicleta con un canasto azul y, con una sonrisa muy torcida, le dijo:


—Con esta bicicleta podrías buscarte un trabajo querdita Aramanosa.

A Aramanosa se le ocurrió vender detergente con agua en un pueblo vecino. Pero para llegar allí debía atravesar un cementerio, un lugar que hacía que los pelos de la nuca se le erizaran de punta. Preparaba el detergente en botellas de gaseosa vacias de medio litro y un litro, y durante el día lo vendía en el paraje. La gente, encantada, le compraba el detergente.


Su amor, Deja, no vivía con ella, pero Aramanosa sentía que cada pedalada, cada esfuerzo, era para él. Esa fuerza silenciosa le daba valor para enfrentar lo que ningún miedo podría frenar.


La primera noche, al volver pedaleando echa una loca, escuchó un ruido entre las tumbas. El corazón le dio un vuelco de un brinco, pero pensó en Deja y pedaleó más fuerte. Del canasto azul cayó la última botella de detergente que le quedaba. Apenas le alcanzó el dinero para reponer la mercadería; ganancia, ninguna.


La segunda vez vendió menos, pero al caer la noche: la gente aún tenía detergente. Y al regresar, otra vez cruzando el cementerio, escuchó un ruido y perdió dos botellas. El miedo la apretaba como un puño, pero el pensamiento de Deja le daba impulso: “No por tanto miedo se puede trabajar”, se repetía mientras pedaleaba como si la bicicleta quisiera escapar del miedo mismo.


Con el paso de los días, la desgracia creció: tres botellas, cuatro botellas… cada pérdida más dolorosa, cada pedaleada más urgente. Pero el amor a Deja le recordaba en su corazón que incluso en el temor más profundo, había una fuerza que la empujaba hacia adelante.


Un día, nadie quiso comprarle más detergente. Se decía que cerca del cementerio una pareja había instalado un puesto con sus propias botellas. Aramanosa comprendió que su ruta, su trabajo y su paciencia habían sido devorados por el misterio del lugar… pero su amor por Deja seguía intacto, como un faro que iluminaba incluso las noches más oscuras.


Volvió feliz con su bicicleta, pensando en qué nuevo trabajo emprender.

Para Aramanosa, la herramienta principal ya la tenía: el amor.

Y su único enemigo a vencer era el miedo.



SERGIO ALEJANDRO CORTÉZ

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