📖 Mi celular de piedra
cuento juvenil
Había una vez en un barrio humilde de la provincia de Córdoba una chica llamada Iushin, con unos rulos tan hermosos que parecían resortes saltarines y brillantes. Cada mechón tenía vida propia: uno apuntaba al cielo, otro se doblaba hacia adelante, y otro se enroscaba como si quisiera abrazar la oreja. Sus compañeritos de secundaria le decían “resorte loco”, pero ella no se enojaba tanto; ya estaba acostumbrada a que la gente hablara de su pelo, de su ropa y sobre todo de su pobreza.
Vivía con su vieja en una casita de chapa y ladrillo hueco. A la mañana, la vieja se levantaba, ponía la pava a hervir y la cocina se llenaba de ese olor tibio de mate recién hecho mezclado con galletas criollas de bolsa.
—Iushin, levantate, que el futuro no espera —decía la vieja, acomodándose el pañuelo en la cabeza mientras le cebaba un mate lavado.
Iushin bostezaba, agarraba una galleta criolla que crujía demasiado fuerte y pensaba: “Si el futuro llega con mate amargo y galletas duras, que me espere cinco minutos más”. Pero igual se apuraba, porque la vieja tenía razón.
En la escuela pública del barrio, todos parecían medir la dignidad con celulares. Si tenías uno nuevo, eras alguien. Si no tenías, eras invisible. Ella, lamentablemente, era invisible.
—Che, pasame tu WhatsApp —le decían, sabiendo que no tenía.
—Ah, cierto, vos no tenés celu, ja, ja, ja.
Cada risa era como una doliente espina.
Hasta que un día, su prima la convenció de ir a la fiesta del cole.
—Dale, Iushin, no seas amarga. Vení, capaz bailás un poco.
Iushin fue, medio nerviosa, con su pollera planchada por la vieja, los rulos sueltos y esa esperanza tímida de ver al pibe que le gustaba: un tercero con sonrisa de propaganda de pasta dental barata.
En la entrada, la música tronaba, el olor a panchos se mezclaba con el humo de los parlantes viejos, y ahí pasó él.
La prima, sin pensarlo, agarró una piedra grande del suelo y se la puso en la mano.
—Mirá, este será tu celular.
—¿Qué decís? ¡Es una piedra!
—Fingí que estás mirando el celu. Agachate, dale.
Y ahí estaban, las dos chicas agachadas, riéndose, haciéndose las que chateaban en WhatsApp, cuando en realidad estaban mirando una piedra gris llena de tierra.
El chico pasó, las vio, y corrió a contar:
—¡La chica de los rulos ya no es pobre, tiene celular!
El rumor voló como polvillo de barrio en día de viento.
Al otro día, en el colegio, todos especulaban:
—Seguro es un celu de juguete roto.
—Nah, es una calculadora vieja y sin pilas.
—Para mí es un modelo importado, por eso no lo muestra.
Iushin caminaba con la piedra en el bolsillo. Pesaba como un secreto.
Hasta que en un recreo, el pibe que le gustaba, aprovechando que estaba distraída, le metió la mano en el bolsillo y sacó la piedra.
—¡Esto no es un celular, es una piedra! ¡Nos engañaste a todos!
El patio explotó en carcajadas.
Iushin sintió ganas de llorar, pero respiró hondo, levantó la frente y dijo:
—¿Y qué? Todo comienza con una piedra para fundar un imperio.
El silencio fue tan fuerte que hasta las palomas dejaron de caminar por los patios.
—Ustedes se creen ricos porque tienen celu, pero estamos todos en el mismo colegio público, con la misma comida de comedor. Yo no tengo celu, tengo esta piedra. Y esta piedra me recuerda que mientras ustedes presumen, yo ahorro. Mientras ustedes muestran, yo construyo.
El pibe se quedó mudo. Algunos se rieron otra vez, pero otros empezaron a respetarla.
Desde entonces, la piedra dejó de ser vergüenza y se volvió bandera. Iushin la llevaba a todos lados.
—¿Qué hacés con eso? —le preguntaban.
—Con esta piedra saco fotos mentales.
—Con esta piedra me conecto a la señal de la tierra.
—¿Querés jugar? Bueno, este es mi joystick.
Todos se reían, pero atrás de las risas empezaron a verla distinta.
En su casa, la vieja cebaba mate y partía galletas criollas duras.
—M’hija, vos no sos pobre. Pobre es el que no tiene imaginación —decía, orgullosa.
Con el tiempo, Iushin y su prima empezaron a vender tortas fritas. De a poco, con las monedas, armaron un ahorro. Cada vez que alguien le preguntaba por la piedra, ella respondía:
—Un día, esta piedra va a ser mi primer ladrillo.
Y así fue.
El último año de secundaria, mientras todos mostraban celulares nuevos y se sacaban selfies sin parar, Iushin sacó de la mochila la piedra y la puso en el pupitre.
—¿Se acuerdan? Con esta piedra me cargaron, me humillaron, me hicieron llorar.
Sacó del bolsillo un celular brillante, comprado con su propio trabajo, y lo levantó.
—Pero yo no lo quiero para presumir. Este celular lo uso para trabajar. Para vender, para organizar pedidos, para aprender cosas nuevas. Ustedes se la pasan buscando likes… yo busco futuro.
El aula quedó muda. Nadie se rió.
Algunos aplaudieron. El chico que la había dejado en ridículo bajó la cabeza, avergonzado.
Iushin sonrió con sus rulos saltando como resortes triunfales.
Esa noche, en su casa, la vieja levantó la piedra y la puso arriba de la heladera, como si fuera un trofeo.
—Esta piedra, Iushin, es tu imperio.
La chica tomó un mate amargo, mordió una galleta criolla y entendió la moraleja:
la pobreza no es no tener, la pobreza es no saber qué hacer con lo que tenés. Y mientras algunos presumen, otros construyen. Todo imperio empieza con una piedra.
✨ Moraleja final:
Los objetos no te definen. Lo que importa es cómo los usás. Un celular puede ser juguete, cadena… o una llave para tu futuro.
Sergio Alejandro Cortéz
No hay comentarios:
Publicar un comentario